lunes, 24 de mayo de 2010

¿Qué clase de lectora eres?

¿Qué clase de lectora eres?, ¿Qué clase de lectora soy?, ¿Qué clase de persona soy?, ¿soy una persona? Y si lo soy ¿leo?, ¿Sé leer? O ¿asumo que sé leer? O ¿simplemente quiero responder una pregunta?, y ¿dudo en la respuesta?
Retomemos: ¿Qué clase de lectora eres?, ¿Quién pregunta eso?, ¿importa la pregunta?, En cualquier caso ¿importa la solución?, pese a todas las dudas intentaré dar respuesta:
La portada está allí, el título me coquetea, el libro quiere hablar, y a veces quiere gritar, faltan mis últimas acciones: palparlo, abrirlo, leerlo.
Esta última acción conlleva muchas trabas, a veces es el clima, a veces es el ánimo, o su competidor directo, el medio audiovisual. El caso es que el libro está a la deriva de ser contemplado por un par de ojos particulares que por picarones y saltones algunas veces termina ignorándolo. En ocasiones estos ojos dudan del beneficio que puede proporcionarles el contenido de un libro, y prefiere posponer la lectura, esta duda es totalmente inconsciente. En otras ocasiones estos ojos se sumergen y se pierden entre las historias disfrazadas de signos que sin precedentes dejan volar mi imaginación.
¡Ay! Estos ojos, cómo les falta disciplina para reconocer lo hermoso, pero no hay de que preocuparse por que aunque pasivos y distraídos, paulatinamente se van acercando a libros gordos, chatos, altos, feos, bonitos, interesantes, aburridos, flacos o viejos, para establecer una futura y grata confidencia con todos ellos.
Y vuelven los interrogantes ¿cómo te tipificarías como escritor?, bueno y ¿sé escribir? ¿Escribiré bien?, ¿depende de los demás? O tan solo ¿depende de mí? ¿Reflexionamos? ó ¿lo dejamos pasar? Reflexionemos:
Ahora bien, es el turno de la mejor amiga de los ojos, las manos. No hay que negar que estas señoritas sean un poco más activas, pero que sus cualidades con el manejo del lenguaje, coherencia e innovación están todavía en el progreso. Sin embargo se esfuerzan. Inanimadas algunas veces por aquellos ojos picarones que las arrastran y distraen, ellas continúan trabajando para mejorar no solo aquella motricidad fina, si no también para que se puedan ejecutar libremente muchos escritos que precipiten su perfección. Ellas no se quieren tipificar, solo quieren continuar una búsqueda dentro de un inmenso sendero, claro, si sus amigos los ojos sin abandonarlas avanzan constantemente con ellas para así ayudarme a tener la confianza de argumentar de forma precisa un estilo único para leer y escribir.

SI YO VIVIERA UN MES EN MIS ZAPATOS

Observando Claramente mí verdadera realidad, constataría levemente en los ojos de la gente, de los animales, y porque no, también de los objetos que he permanecido fuera de ella. Creería entonces que ya ha llegado el momento de asumir una identidad propia y que mejor forma que refugiarme durante un mes en mis propios zapatos.
Si yo viviera un mes en mis zapatos en primer lugar, omitiría el mal olor que quizás hubiese, de esta manera reemplazaría la bien o mal llamada pecueca por deliciosos aromatizantes ya sea de yerba buena, o palo rosa, todo también depende si son los zapatos blancos o mis tenis verdes.
Todas las mañanas de los cuatro lunes acomodaría mi ropa dentro de los zapatos de tal forma que pudieran cumplir la función de transportarme hacia los lugares más inimaginables con el único objetivo de contemplar una relación con otros zapatos, y por supuesto, ponerme de vez en cuando en los zapatos de los otros.
Si viviera un mes en mis zapatos conocería desde otras proporciones el mundo material, afianzaría mi relación con los seres minúsculos y por fin podría lograr un dibujo perfecto a escala menor. Durante aquel mes (ojalá fuera junio, no importa el año) cortaría comunicación con todo el mundo, y no dudo que sería motivo de crítica por mi posición tan egoísta, que desde irónicamente mi propio punto de vista todo se parece menos a un acto ensimismado, más bien es un escape en busca de los otros para encontrar dentro de mis zapatos un lugar entre ellos.
En la última semana esperaría que el tiempo de volver a mi ficticia realidad llegara por sorpresa, de ese modo me tomaría el espacio para recordar todas las piedras, estiércol, algodón, y texturas que rosaron por mi cara en todos los lunes de viaje, y guardaría eso en mi memoria para compartirlo cuando vuelva a mi lugar habitual que sigue siendo mi falsa realidad.

Lo que fue una corteza de árbol

En lo que se llamaba en su origen corteza de árbol, membrana, núcleo, motivo, razón y hasta distracción, solo quedan simulaciones.

Pensando sensatamente una anciana sobre la manera de como sus generaciones pasadas podían sobrellevar una vida relativamente tranquila, digna, o simplemente normal, trató de concederse el placer infinito de remontarse y vivir el resto de sus días en eso, su pasado.
Recordaba como una noche cuando era niña solía dirigirse hacia sus adultos con algo de respeto, inculcado, claro, por las inconfundibles enseñanzas de sus ya inexistentes padres. Recordaba también las clases de geografía que disfrutaba tanto en cada sesión, pues era su única forma de transportarse incansablemente por innumerables lugares llenos de historia, olores y relatos. Sobretodo relatos. Se animaba ella misma imaginando ser la protagonista de aquellas historias que fueron escritas por alguien, que ahora en su tiempo y espacio, solo existen en su cabeza porque ya nadie las recuerda. En uno de esos imaginarios, para ella verdades, la anciana añoraba nunca volver a su realidad, le aterraba la manera de como todo su entorno se consumía poco a poco a un desinterés absoluto hacia las tintas, hacia el lenguaje, hacia la palabra escrita. Su realidad era tan desconsoladora que ya nadie se permitía imaginar algo, era como si los recuerdos se hubiesen evaporado, solo vivían el presente sin ninguna concepción del mundo. Si es que a eso se le puede llamar vida. En cualquier caso, todos aún respiraban.
El presente era ahora el protagonista de aquella realidad, que no es ni será registrada por ninguno de los individuos, y que la anciana ahora, ya cansada, no le interesa cultivar. Para ella lo único importante es nunca olvidar sus recuerdos.
En uno de sus imaginarios trató de comprender las causas de aquel desolador e inhumano panorama. Analizaba si todo era una mala pasada del destino que la conllevo a tan precarias circunstancias, o simplemente, si los hechos irónicamente de su tan añorado pasado era el motivo de su realidad. Nunca pudo encontrar explicación, de cualquier forma ese no era su interés.
Los libros, en la realidad de la anciana, eran considerados demasiado obsoletos, precarios, inútiles, ni siquiera eran utilizados como herramienta material. Ya era el común denominador, olvidar lo que alguna vez fue importante para todos, un libro. Colectivamente y sin ser consientes de cómo, todos rechazaban los libros, cada individuo construía una excusa moral que le impidiera fabricar uno, leer uno, creer en uno.
En un día tranquilo, la fecha no se sabe, no importaba, ya nadie podía siquiera seguir la lectura del tiempo, la anciana notó como poco a poco el último tronco de un árbol se desprendía minuciosamente de su raíz, era como si allí se quebrantara la última esperanza, o por lo menos así lo asimiló ella. Recordó entonces que de allí se soportaban las palabras escritas, en el papel extraído de tal corteza. No soportó tal imagen, era como enviar a la cañería el último signo escrito. Se quedó completamente muda, no dudo en llorar, no dudo en culparse, no dudo en odiar, no dudo en suicidarse.
La anciana murió sin dejar marca ni legado, como las palabras que alguna vez fueron escritas y como la última corteza, mientras los últimos individuos construyen su sendero de muerte, no escrito, sin ellos mismos reconocerlo.

sábado, 22 de mayo de 2010

Instrucciones

INSTRUCCIONES PARA SALIR DEL AULA CUANDO EL PROFESOR DICTA CLASE

Se entiende que está en medio de un rol por cumplir, entonces, tome una bocanada de aire para tratar de suprimir el aburrimiento o urgencia que lo invade.
Observe su mano derecha, trate de reconocerse y busque inconsciente y vagamente alguna identidad que lo defina.
Poco a poco una preocupación in fortuita va invadiendo su pensamiento que se resuelve en una angustia por poner a ejercitar inevitablemente los músculos de la cola y de las piernas. Ya estando inmerso en sí mismo y aparentando una cara amable ante el profesor, dispóngase a dar solución a esa injustificable angustia.
Piénselo, mientras que paulatinamente sus manos apoyan y presionan la superficie donde se encuentra sentado y con un impulso que llama la atención de todos por el inevitable ruido causado, pase por delante de sus compañeros como si nada le importase y evada, por supuesto, los ojos del profesor. Disimuladamente abra la puerta ignorando la mirada de todos o quizás de solo algunos ya que el resto se ha acostumbrado, y salga sin el mayor escándalo. Ya estando afuera respire profunda y profusamente, de una vuelta por el lugar, o por que no sobre su propio eje, analice si su angustia se ha desvanecido para después de un moderado tiempo pueda dar vuelta y regresar de nuevo al aula de clase.

INSTRUCCIONES PARA GRITAR EN UNA IGLESIA
Estando en el templo católico.
Inesperadamente antes de que una fuerte onda sonora aguda o grave salga de su boca, un pequeño remolino de recuerdos, vivencias y pensamientos pasa por sus neuronas hasta el punto de caer en el engaño de estar consciente del lugar donde se encuentra.
En ese momento no importa su pasado ni su presente ni mucho menos su destino espiritual, ahora solo importa sacar afuera ese grito. Pero, ¿y porque gritar? La verdad, eso es lo menos le debe interesar.
Ahora bien, más confundido que nunca mire fijamente todo el espacio religioso y a sus habitantes, y no solo a los de carne y hueso si no también a los de yeso y mármol y planee brevemente el momento exacto de gritar, ya que viendo las circunstancias no debe ser cualquiera, lo importante aquí ahora es que lo escuchen.
Cuando perciba un silencio absoluto y omnipresente saque fuertemente ese impulso sonoro que lo agobiaba y permanézcalo durante el tiempo que quiera, 5, 10 hasta 20 segundos, es el tiempo que quiera. Paralelamente notará que esa onda se desplaza por toda la estructura arquitectónica del lugar y que su grito fue grandioso.
Márchese sin mirar atrás y quédese con la incertidumbre de saber cual fue la reacción de los habitantes de aquella iglesia, esa incertidumbre lo dejará inquieto, es una inquietud fascinante. Ahora solo quédese con la satisfacción de haberlo hecho y de haberse sentido grandioso, tan grandioso como su grito.

INSTRUCCIONES PARA NO ESCRIBIR NADA
Lo más lógico sería que no se le ocurriera nada para escribir y así se libraría del problema de evitar las ganas de hacerlo.
Lo problemático aquí es cómo hacer para que a usted como ser humano no se le ocurra nada, tendría que ser alguien inerte para que ni siquiera pudiera escribir algo mínimo como un símbolo, o algo inesperado como una grosería. Si no fuera por la incapacidad lingüística de los animales, plantas o bacterias, hasta ellos tendrían que escribir.
Por lo tanto este escrito fue un verdadero fracaso pues no se logran encontrar las instrucciones exactas para no escribir nada. ¡Mil disculpas!